Imposibilidad metafísica de la esperanza
EL CASTIGO al pecado original del hombre es la conciencia de su mortalidad. Si hay una raya en la evolución que marca la frontera entre los primates y el ser humano, ésa es la de la asunción de la finitud de nuestra vida.
Esa conciencia nos resulta tan insoportable que necesitamos el consuelo de la religión. Las civilizaciones precristianas no creían en la inmortalidad del alma individual, pero casi todas aseguraban una permanencia de lo humano en un más allá indefinido, identificado con la naturaleza o los astros. Léase a Platón.
Nosotros, el homofaber, no tenemos nada a qué agarrarnos frente al ineludible futuro que nos aguarda: la muerte, la nada. Y de ahí surge la necesidad de una esperanza que confiera sentido a nuestras vidas. Pero esa esperanza difícilmente puede nacer ya de una idea trascendente o religiosa sino que debe surgir de la propia finitud de la existencia, esa maldición con la que tenemos que cohabitar.
Javier Gomá acaba de publicar Necesario pero imposible, una extraordinaria reflexión acerca de la esperanza, que él define como «mortalidad prorrogada». Pero Gomá parte de la imposibilidad de vincular la esperanza a la inmortalidad, por lo que la convierte en «una conciencia utópica que quiere ver más allá», como escribe Ernst Bloch.
Yo soy mucho más pesimista y he llegado a la convicción de que la esperanza es imposible porque es incompatible con la propia naturaleza del ser, condenado a la más absoluta aniquilación.
Hablando en términos personales, que son los únicos desde donde se puede hacer filosofía, yo sostengo que la esperanza es incompatible con el transcurso del tiempo, con un devenir que es la absoluta negación de lo existente.
Cada año que pasa se me va haciendo más insoportable el espectáculo de una realidad que se degrada. Sueño con poder huir del mundo. Y tengo la sensación de estar perdiendo mi vida en la futilidad.
Esa desesperación revela que en lo más profundo de mi interior albergo un poco de esperanza. Pero ello es una pura ilusión para poder seguir sobreviviendo, porque la única experiencia tangible es la de la nada en su pura intangibilidad. No hay nada y, por tanto, la esperanza es imposible.